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La vivienda familiar: una disputa más en caso de divorcio

El uso y disfrute de la vivienda común suele ser uno de los puntos más conflictivos en los divorcios. ¿A quién le corresponde? ¿Qué derechos le quedan a la otra parte?

Comenzamos definiendo el concepto de vivienda familiar. Hablamos de la casa que, mientras el matrimonio estaba unido, hacía las veces de hogar, de domicilio habitual. Es el lugar donde voluntariamente ha estado residiendo la unidad familiar la mayor parte del año. Y donde se desarrollaba la mayor parte de su día a día. 

Cuando se produce un divorcio, son muchas las decisiones que hay que tomar y las negociaciones que hay que afrontar. Pero, sin lugar a dudas, una de las que más conflictos genera, por todo lo que implica a nivel económico y emocional, es el uso y disfrute de la vivienda familiar. Y la cosa se complica si existen hijos menores o económicamente dependientes en común.

El interés superior del menor, el centro de todo

Ese precisamente ha de ser el eje sobre el que gire todo en caso de divorcio con hijos en común. Desde luego, la elección será mucho más fácil si la custodia es monoparental: la vivienda irá destina a los hijos y al progenitor que se haga cargo de ellos de forma exclusiva. Y esto ocurre de forma más o menos habitual, independientemente de quién sea el titular de la vivienda. Lo explica claramente la abogada Elena Crespo Lorenzo: “normalmente los jueces conceden el uso de la vivienda al progenitor custodio, incluso aunque esta sea propiedad del progenitor no custodio, o de un tercero”.

Si de lo que hablamos es de una custodia compartida, existen varios factores que intervendrán en la decisión judicial en ausencia de acuerdo entre los cónyuges. Y las posibles soluciones son muy variadas. 

Por ejemplo, ya no es poco frecuente que sean los padres los que se turnen para vivir con los hijos en la vivienda familiar. Así, para los niños se producen menos cambios que les puedan perjudicar o desestabilizar. Sin embargo, esta forma de proceder tiene una gran desventaja: es muy costosa a nivel económico.

A pesar de sus posibles inconvenientes para los padres, cada vez más “los jueces optan por soluciones creativas, con el objetivo de mantener a los hijos siempre el centro de la decisión”, nos explica Elena Crespo.

En definitiva, siempre que haya que tomar decisiones relativas al uso de la vivienda cuando existan hijos pequeños en común, el juez decidirá en beneficio de los intereses de los menores. Pero, ¿qué ocurre si el matrimonio no tiene hijos?

El uso de la vivienda familiar cuando no hay hijos en común

En resumen, apunta Crespo, “cuando no existan hijos en común, la situación dependerá de cuál de la dos partes se haya visto más perjudicada por el divorcio”. Incluso aunque esa parte más perjudicada no tenga la propiedad o copropiedad de la vivienda. Se trata, de nuevo, de proteger a la persona que queda más debilitada por la decisión de poner fin al matrimonio. 

Aunque existen algunos límites o condiciones. El juez optará por esta solución siempre que, dadas las circunstancias, sea lo aconsejable. Y se trata, en cualquier caso, “de una medida temporal, tendente a dar un margen a la parte más perjudicada para restablecer su situación”, matiza Crespo.

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